4/4/13

Cerebro, aprendizaje infantil y escolaridad

Roberto Maquieira García

Cada vez son más los centros que disponen de departamentos de orientación y de especialistas en pedagogía terapéutica y audición y lenguaje.
Independientemente de la existencia de alumnado con necesidades muy específicas de apoyo educativo, y atendiendo al fracaso escolar que cada vez se produce en cursos más inferiores de la educación primaria, se hace necesaria una profunda reflexión en aras de una mayor y mejor prevención, especialmente en los cursos inferiores de la escolaridad.

Los avances neurológicos de los últimos años nos permiten conocer con más profundidad la forma en que nuestro cerebro procesa y aprende lo que le rodea. Desde hace muchos años sabemos que aprendemos con los cinco sentidos y que el movimiento es un factor clave para ayudar a asimilar los aprendizajes, pero generalmente los niños suelen estar quietos en el aula y utilizan mayormente la vista y el oído.

Cuando los alumnos tienen problemas de aprendizaje es necesario recordar cómo aprende el ser humano y valorar si ese niño está realizando correctamente esos procesos a través de los cuales puede aprender.

Ver y oír bien no significa que tengamos buena visión o buena audición. Cada persona procesa, es decir, interpreta en su cerebro, de forma distinta lo que ve o lo que oye. La forma en que lo hace puede ser óptima o no y eso repercute de forma muy notable en el aprendizaje. Es por esto que una valoración colectiva del procesamiento visual y auditivo al inicio de la escolaridad obligatoria debería ser algo incuestionable.

No estamos hablando de agudeza, que, en general son las pruebas más simples que suele hacer, por ejemplo, el pediatra,  sino de otros aspectos. Hay, por ejemplo, niños que ven muy bien pero no son capaces de tener el control visual adecuado para cambiar correctamente de línea al leer, o niños que aparentemente oyen muy bien pero que pueden tener hipersensibilidad auditiva o problemas con alguna frecuencia y no escuchar, por ejemplo, correctamente las “s” del final de las palabras.

Todo esto es corregible. El problema es que muchos de estos niños van pasando de curso con algún problema sensorial y son tildados muchas veces de “vagos” porque son lentos, con el consiguiente problema de autoestima añadido. Muchas veces son sacados del aula para trabajar sobre aspectos en los que más fallan: la lectura o la discriminación auditiva, por ejemplo, pero trabajando sobre los síntomas, no sobre las causas y así no se resuelve el problema.
Hoy día sabemos que existe una especialización cerebral que hace que el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro tenga un papel muy importante especialmente en las sociedades occidentales, ya que en esa zona se encuentran las principales áreas que procesan el lenguaje para casi la totalidad de la población (algunos zurdos consistentes, por ejemplo, pueden tener esas áreas en el hemisferio derecho).

La parte derecha de nuestro cuerpo, incluidos ojo y oído es controlada por el hemisferio izquierdo, de ahí que una de las explicaciones que se barajan para explicar por qué la mayor parte de la población es diestra sea precisamente esta.

Pero los hemisferios cerebrales no funcionan aisladamente, sino que se comunican a través de un conjunto de fibras que se sitúan en medio de ambos y que constituyen el denominado cuerpo calloso. Pues bien, la maduración del cuerpo calloso es fundamental para el aprendizaje puesto que pone en contacto, por ejemplo, la parte izquierda del cerebro con la parte derecha y, de esa forma, zonas especializadas en diversas funciones de uno y otro hemisferio pueden “ponerse en contacto” con la enorme repercusión que esto tiene para el aprendizaje.

Desde hace relativamente poco tiempo se sabe que determinadas actividades motrices, denominadas neurotróficas (arrastre, gateo, salto...) facilitan claramente la maduración del cuerpo calloso.

Algunos autores, como Banich (1993), afirman que el procesamiento ínter hemisférico se usa más cuando la tarea es difícil y requiere múltiples pasos para su realización.
Esto podría explicar ciertas dificultades de aprendizaje que tienen los niños con problemas de lateralidad tales como unificar la información, darle sentido y comprender el significado.
El cuerpo calloso facilita la interconexión de ambos hemisferios y facilita la integración global, la lógica y la abstracción.
 Por otra parte, la memoria necesita de ciertas coordenadas espacio-temporales que son facilitadas por el cuerpo calloso. El hemisferio derecho aporta el sentido espacial y el hemisferio izquierdo aporta el sentido temporal.

Parece evidente que para mejorar las crecientes cifras de fracaso escolar en la enseñanza pública, una de las soluciones pasa por cambiar el enfoque de la preparación del alumnado en los procesos previos al inicio de la lectoescritura dotándoles de una buena base neuromotriz y trabajando con metodologías que aprovechen todo el potencial de aprendizaje que tienen los niños a esas edades, porque mejorar los procesos neuromotrices no implica que no se pueda aprender a leer o a escribir, pero esto se puede lograr de forma lúdica, intuitiva y funcional, aprovechando la curiosidad natural de los niños, de tal manera que algunos alumnos no se sientan frustrados.

Para ello, las actividades deben utilizar el mayor número de sentidos posible poniendo en acción ambos hemisferios cerebrales aprendiendo de forma global primero para, muy progresivamente, acercarse a la secuenciación y al estudio de los símbolos.

Los niños, hasta los 6-7 años aprenden fundamentalmente con el hemisferio cerebral derecho, que procesa la información de forma simultánea, global, pero según Bakker (1990) hay un momento en el proceso de aprender a leer en que el equilibrio del cerebro pasa de derecha a izquierda, aproximadamente a la edad de 6 ½ y 7 ½ años y en ese momento el hemisferio izquierdo, donde reside fundamentalmente la comprensión del lenguaje y donde se procesa la información de forma secuencial está mucho mejor preparado para analizar las palabras y diseccionarlas en sílabas y fonemas. Se puede aprender a leer con el hemisferio derecho, pero el análisis de las palabras se hace mayormente con el hemisferio izquierdo.

Por otra parte Goddard (2005) indica que el acto de leer cuando se ejecuta con el hemisferio derecho está basado en técnicas viso-espaciales y holísticas, por ejemplo palabras enteras o el método “ver-decir”. La lectura desde el hemisferio izquierdo implica decodificar símbolos individuales, construir palabras a partir de letras y estructuras basadas en la fonética.

Por otra parte, de los 3 a los 5 años se activa la lateralidad. Según Ferre e Irabau (2002), se hace mediante un proceso que empieza en las fases prelaterales, con el desarrollo de las vías de conexión contralateral y la activación del Cuerpo Calloso. Un hemisferio se convierte en director de una función, y, a la vez, debe estar informado de lo que ocurre en la totalidad del sistema y, sobre todo, en el otro hemisferio:
El hemisferio derecho debe saber lo que hace el izquierdo y el hemisferio izquierdo debe saber lo que hace el derecho.
El mensaje final o la acción que se pretende, se puede llevar a cabo por la intervención de los dos hemisferios que actúan de forma sinérgica y cooperativa.


Según  Doman (2000) no ha habido en la historia de la humanidad ningún científico que haya sido la mitad de curioso que cualquier niño entre los 18 meses y los 4 años. Nosotros, los adultos, hemos confundido esta asombrosa curiosidad sobre todas las cosas con la falta de capacidad para concentrarse.

Pero, por otra parte, también hemos obviado la preponderancia del hemisferio derecho y la forma en que éste aprende durante esas edades, así como la forma en que el niño necesita madurar su cuerpo calloso cerebral y otros importantes aspectos inherentes al sistema nervioso como son la integración sensorial y la inhibición de los reflejos primarios, y para mejorar estos aspectos necesita moverse mucho, de forma muy variada y poner en juego todos sus sentidos.


El problema es que los niños, en España, ingresan con 3 años en una escuela donde apenas se mueven y donde no utilizan plenamente sus cinco sentidos.

Bibliografía
 
Bakker, D.J. (1990). Neuropsychological Treatment of Dyslexia. New York: Oxford University Press.

Banich, M. (1993). The neural bases of mental function. New York: Alexandria.

Doman, G., Doman, J. (2000). Cómo enseñar a leer a su bebé: la revolución pacífica. Madrid: Edaf.

Estalayo, V., Vega, M.R. (2001).  El método de los bits de inteligencia. Madrid: Edelvives.

Ferré, J., Irabau, E. (2002). El desarrollo neurofuncional del niño y sus trastornos. Madrid: Lebón.

Goddard, S. (2005). Reflejos, aprendizaje y comportamiento. Barcelona: Vida Kinesiología


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